miércoles, 4 de junio de 2008

La soledead del pionero

Navegar contra corrientes de ideas preconcebidas durante siglos nunca ha sido fácil. Pienso en Galileo, por ejemplo, al que la defensa de que la Tierra gira alrededor del Sol costó un arresto domiciliario de por vida, o en Darwin, las ideas del cual todavía hoy son puestas en entredicho. Por eso no es extraño que hace más de 23 siglos nadie se creyera las historias del primer mediterráneo que exploró las regiones polares: Piteas de Massilia.

Piteas fue un científico que vivió en la colonia griega de Massilia, la actual Marsella, durante el siglo IV a.C. Su dominio de la astronomía, su capacidad de observación y su ingenio le permitieron inventar el gnomon, un instrumento con el que calculó la latitud de su ciudad con una precisión extraordinaria para la época. En el año 320 a.C. Piteas zarpó del puerto de Massilia hacia los mares encantados que supuestamente había más allá de los límites del “Mundo habitable” de la época, con el objetivo de encontrar estaño, un material que aparecía de vez en cuando en los mercados de Massilia y que se creía que provenía de unas tierras ignotas situadas al norte de la Galia.

Guiando su nave con el Sol y las estrellas, Piteas superó los pilares plantados por Hércules en el estrecho de Gibraltar para adentrarse en aguas mecidas por olas más altas, más oscuras que las de su Mediterráneo. Después de unos días de navegación difícil, Piteas consiguió llegar a Cornwall, en el extremo sudoccidental de la actual Inglaterra, y allí llenó las bodegas de su nave con estaño. Cuando podía haberse relajado y vuelto a casa por el mismo camino con la satisfacción de haber cumplido una tarea de gran dificultad e importància marinera y económica, Piteas debió de sentir unas punzadas en el estómago que le hicieron dirigir su galera hacia el norte, más al norte, en busca de una tierra denominada Thule. Después de unos días de navegación, más fría, más agitada, Piteas llegó a una tierra en cuyo cielo había un “fuego siempre reluciente”, flanqueada por “un pulmón de mar”, una sustancia que no era tierra ni agua, que no podía ser atravesada por hombres ni embarcaciones. Piteas se refería probablemente al Sol de medianoche tan característico de las regiones árticas, divisado quizás a través de la neblina helada que a menudo impregna el aire ártico de una textura casi metálica, y a las suaves ondulaciones que el movimiento del mar transfiere a la banquisa de hielo que cubre las aguas del Ártico.

Cuando, embriagado por su descubrimiento, Piteas explicó sus exploraciones a sus contemporáneos, nadie le creyó. Incluso describió su viaje en un libro, “El Mar”, el último ejemplar del cual se quemó en la Biblioteca de Alejandría, y que nunca fue considerado más que un cuento extravagante, sobre todo por la influencia de un reputado geógrafo, Estrabón, que ni siquiera podía tolerar la inclusión de Irlanda dentro de los límites de su “Mundo habitable”. Todavía hoy no está claro si Piteas llegó a Islandia, a alguna de las islas Feroe o al norte de Noruega. Rehaciendo testigos escritos y referencias a la obra de Piteas, lo que sí queda claro es que el explorador de Massilia fue el primer mediterráneo que se adentró en las gélidas regiones polares.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

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