domingo, 1 de junio de 2008

El padre del Año Polar Internacional

"Este año hemos clavado por primera vez nuestra bandera en el hielo del ártico y hemos obtenido resultados que dan nuevas alas a las esperanzas de llegar al Polo. Nosotros, los austriacos, hemos entrado con buen pie en la élite mundial de la exploración!”. Después de escuchar estas palabras, el público de la Academia Imperial de Ciencias de Viena estalló en aplausos y gritos de emoción.

El discurso lo pronunciaba Karl Weyprecht, un oficial de la Armada austriaca que acababa de volver de un viaje a las islas de Nueva Zembla, situadas frente a las costas de Siberia. La bandera fue clavada a 79º de latitud norte, donde Weyprecht había encontrado una zona de aguas cálidas sin hielo que conducían a una franja de pequeños icebergs que se había visto capaz de atravesar si hubiera dispuesto de una embarcación de vapor. Embriagado por esta posibilidad, Weyprecht organizó una expedición, añadiendo así el Imperio Austrohúngaro a la carrera hacia al Polo Norte.

22 hombres y una jauría de perros, liderados por Weyprecht, zarparon el 14 de julio de 1872 del puerto de Bremerhaven a bordo del Tegetthoff, una máquina de vapor de construcción alemana, sólida, estable y con una potencia de 100 caballos. El 20 d’agosto, a 76º 23’ norte, ni los 100 caballos, ni los 22 hombres ni los perros pudieron evitar que el Tegetthoff quedara atrapado entre placas de hielo. La expedición estuvo 2 años navegando con el capricho de los movimientos del hielo, pasando frío, oscuridad, hambre y escorbuto hasta que en verano de 1874 fue rescatada por un ballenero ruso. No sabremos nunca lo que pasó por la mente de aquellos hombres durante las noches árticas de cuatro meses, unas noches quizás iluminadas por las refulgencias mágicas de la aurora boreal, quizás ennegrecidas por la niebla y los aullidos afilados como cuchillas del viento de Siberia. Sólo nos lo podemos imaginar, y vagamente, leyendo el diario de Weyprecht, en el cual una de estas negras noches negras hizo la siguiente anotación: “Cada día que pasa no es un clavo sino un tablón entero en nuestro ataúd”.

Después de esta experiencia, Weyprecht acabó fastidiado del frenesí de la carrera hacia el Polo Norte, contrariamente a lo que con contundencia había expresado unos años atrás. Se dio cuenta de que la carrera en sí misma no tenía ningún sentido si las expediciones no iban acompañadas de actividades científicas que permitieran mejorar con rigor el conocimiento sobre las regiones polares y, de paso etruc, sobre todo el planeta. Con todo, era considerado un héroe inmortal en su Austria. “Inmortal? Con esta tos?”, replicaba, agotado, los últimos años de su vida. Weyprecht murió de tuberculosis en 1881, pero antes se le ocurrió que la exploración científica de una región tan vasta y extrema como el ártico estaba fuera del alcance de los recursos con que cuenta una sola nación y que, por tanto, se hacía necesario unir esfuerzos a nivel internacional. Esta idea fue la semilla del primer Año Polar Internacional, celebrado en los años 1882 y 1883, al cual el malaventurado Weyprecht no pudo asistir.

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